Guillermo y Laura se miraron. Se entendían muy bien sin necesidad de palabras.
-Tal vez nosotros… - empezó a decir Laura.
-Sí, a lo mejor podríamos ir a mirar -terminó Guillermo.
-Es muy peligroso -dijo Mariana-. Hay que ser muy valiente para bajar.
-Puedo ir yo -dijo la madre de los niños.
-¡No, mamá! -dijeron ellos a la vez.
-Nosotros lo haremos, no te preocupes -dijo Laura.
Guillermo y Laura se asomaron al sótano. Pero justo cuando abrieron la puerta y asomaron la nariz alguien -o algo- dio un golpe y se asustaron.
-Vamos, Guille, que si no lo hacemos nosotros bajará mamá.
-Vale, pero déjame que encienda la linterna que nos ha dejado Mariana. Con la luz que entra por esos pequeños tragaluces no se ve casi nada.
Los niños abrieron la puerta. Esta vez no se escuchó nada. Alumbraron, pero no se veía nada.
-Mira, un interruptor -dijo Guillermo-. Vamos a dar la luz.
Laura encendió la luz. ¡Qué sorpresa se llevaron! Allí no había fantasmas ni nada extraño. Solo una gatita con varios gatitos a su alrededor, varios platos vacíos y comida y agua por el suelo.
-¡Deben de haber tirado los platos y por eso ha sonado ese ruido! -dijo Guillermo.
-Seguro que es eso -dijo Laura-. Y mira eso de allí. Hay muebles y juguete viejos caídos y mal colocados. Seguro que los gatos también hacen ruido paseando por ahí.
Entonces, se asomaron algunos gatos más, que salieron de sus escondites. Guillermo y Laura se rieron mucho y fueron a ver a Mariana.
-Parece que tu sótano embrujado está ocupado por unos espíritus juguetones y escurridizos -dijo Laura.
-Sí, mejor será que los dejes tranquilos -dijo Guillermo-. En el fondo, parecen inofensivos.
Los cuatro se rieron de buena gana mientras Mariana servía el chocolate caliente recién hecho.
-Podéis volver al mi sótano embrujado cuando queráis -les dijo Mariana.
-Lo haremos -dijeron los niños-. Muchas gracias.
Y se fueron con su madre, felices y contentos por la experiencia… y el chocolate.
No hay comentarios:
Publicar un comentario