Espera, espera -dijo el pececito.
Pero la sirena se fue nadando tan rápido que el pececito no pudo alcanzarla.
La sirena nadó y nadó sin descanso durante semanas.
-Tranquila, amiga, yo te salvaré -le decía a la chica del espejo-. Y te llevaré a la superficie.Y si no vemos ningún barco yo misma te acercaré a alguna playa.
Por fin la sirena llegó a la mansión de Poseidón. Allí estaba él, rodeado de súbditos y de manjares, de músicos y bufones.
-¿Qué quieres, pequeña? -preguntó Poseidón-. ¿Qué te trae por aquí? Parece que estás cansada.
-Quiero salvar a la niña que está encerrada en este espejo mágico -dijo la sirena.
-A ver, déjame ver -dijo Poseidón.
Después de un rato, Poseidón le devolvió a la sirena el espejo.
-Aquí no hay nadie -dijo él.
-Que sí, hay una niña pelirroja con el cabello largo y una concha adornándolo -dijo la niña.
Poseidón miró a la sirena. Luego le dijo:
-¿Es una niña de belleza extraordinaria, con el rostro dulce, la piel clara y los ojos tristes?
-Sí, señor -dijo la sirena.
-Y cuando la miras, ¿habla mientras tú hablas y calla mientras tú callas? -preguntó Poseidón.
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