Fue en un tarde de tormenta, estaba sola en casa porque mis padres habían salido a comprar y yo había decidido quedarme en casa viendo la televisión.
No se por qué pero siempre que hay tormenta tienen la costumbre de poner películas de miedo, y por más que pasaba un canal tras otro solo salían vampiros, monstruos y demás no muertos. Así que dejé un canal cualquiera de ruido de fondo mientras cogía un libro y me ponía a leer.
De repente, un grito me hizo desviar la mirada del libro hacia el televisor. Una joven rubia corría delante del Conde Drácula sin éxito alguno.
“Din-don, din-don, din-don” sonó el reloj. Eran las 7 de la tarde. En mi pueblo significa que ya era de noche y mis padres seguían sin llegar.
La película, aunque no me daba miedo porque sabía que los vampiros no existen, me dejó con mal cuerpo, así que fui a mi habitación a coger el móvil para llamar a mi madre. “Rin, rin” después de esperar otros ocho tonos más, colgué un poco más preocupada de lo normal y llamé a mi padre; sucedió lo mismo. Volví a mirar el reloj que ya marcaba las 7:30 h.
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