Esa noche cuando se fue a la cama su abuela le dijo:
– Ten cuidado con lo que haces, si no te lavas los trolls te van a oler y …
– ¡Calla, abuela, calla!, y se acostó sin poder parar de reírse.
A mitad de la noche, Ángel notó un olor muy raro y desagradable, unos extraños ruidos, y alguien o algo correteaba por su habitación. Ángel se escondió entre sus sábanas y miraba de reojo a su alrededor. De pronto, pudo ver cómo tras las cortinas había alguien escondido con unos brillantes ojos amarillos, pero había más. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y quiso gritar pero la voz no le salía de su garganta. Dio un brinco y corrió hacia la puerta pero alguien se la cerró de golpe, era un ser sucio, sin pelo, con largas uñas, que olía muy mal y tenía unos enormes y brillante ojos amarillos. ¡Eran trolls! Su abuela tenía razón: estaban en su cuarto para llevárselo.
Ángel intentó gritar con todas sus fuerzas pero no salía ni una palabra de su boca, y lo pero era que los trolls lo arrastraban hacia la ventana y no podía escaparse.
Lo llevaron por las calles de su barrio hasta el bosque y aunque intentó por todos los medios escapar, era imposible. El camino era muy largo y a cada paso más oscuro, pero pudo ver con horror que su reflejo en un charco del bosque mostró bajo la luz de la luna a un pequeño troll. ¡Ese no era él! Era cierto, se había convertido en un troll y al final acabó por dejarse llevar
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