Iker siempre que se iba a dormir y su mamá apagaba la luz se quedaba mirando fijamente a su armario. Estaba obsesionado con que en ese lugar tan inhóspito, un monstruo terrorífico campaba a sus anchas. De día, el monstruo desaparecía y el armario se convertía en el simple lugar donde Iker guardaba sus ropitas.
Una noche decidió aventurarse y abrir el armario para hacerle frente al gran monstruo del armario. Se acercó sigilosamente, paso a paso, hasta llegar a la puerta. Quiso ser cortés con el monstruo, así que llamó a la puerta.
– ¿Hay alguien ahí?, musitó Iker.
Abrió la puerta muy despacio y entró en el armario. Inmediatamente después, la puerta se cerró. Y vio a lo lejos, al final del camino, una luz. Muerto de miedo, siguió el camino. Al finalizarlo le sorprendió una vista espectacular. Un paisaje verde con casitas en los árboles y juguetes gigantes. Pero qué divertido parecía todo aquello. De repente, alguien le tocaba la espalda. Se dio la vuelta y se sobresaltó al ver un ser peludo con ojos saltones y orejas verdes.
– ¡Ah!, gritó.
Había reconocido al monstruo del armario, que en alguna ocasión, le había parecido ver. Salió corriendo a la vez que echaba su vista atrás. Vio cómo el monstruo le perseguía corriendo. De repente, se chocó con un árbol y cayó redondo al suelo. Al despertar, se encontró en una habitación preciosa, con juguetes por todos los sitios. El monstruo le había estado cuidando estas horas. Le explicó que se asomaba al armario para tomar ideas para diseñar su mundo. Que le encantaban sus juguetes y personajes de dibujos animado.
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