Aunque un día la historia cambió. Cuando se hizo mayor decidió armarse de valor y salir a explorar el mundo. Puede que no pudiera ni tostar unas simples almendras, ni elevarse dos palmos del suelo con sus débiles alas. Pero estaba tan harto de tantas burlas que lo que no podía era aguantar ni un minuto más a aquella pandilla de maleducados. Y se fue.
Caminó y caminó sin mirar atrás durante varios días por el Bosque Negro que rodeaba la Tierra de los Dragones hasta que llegó a un claro donde no había nada más que hierba verde. El dragón se quedó asombrado mirando aquella hierba. Jamás se había imaginado que de la naturaleza pudieran brotar colores tan hermosos. Era lógico que nuestro amigo no hubiera visto nunca algo así, ya que sus vecinos incendiarios lo arrasaban todo en sus prácticas de vuelo.
Mientras miraba embelesado aquel milagro de la vida apareció una viejecita que parecía salir de la nada. Sí, la típica viejecita de los cuentos, esa que nunca sabes si va a ser buena o va a ser mala, y que siempre imaginamos con pinta de bruja.
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