Pocas semanas después, la joven se dirigía en coche a la casa de unos amigos que daban una fiesta. Pero a mitad de camino reconoció el sendero de su sueño, así que detuvo el coche y comenzó a subir por la empinada colina. Y allí estaba la casa blanca de sus sueños. No lo dudó y llamó a la puerta. Y sí, abrió el anciano de la barba blanca. Ella aprovechó para preguntar:
– Dígame, anciano, ¿se vende esta casa?
– Sí-contestó él- Pero no le recomiendo que la compre…
– ¿Por qué?- se extrañó ella.
– Porque en esta casa habita un fantasma.
– ¿Un fantasma? ¿De quién?
– El suyo.
Y el anciano cerró con suavidad la puerta.
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