Para ello se sirvieron de las acusaciones de un tal Esquieu de Floyran, espía a las órdenes tanto de la Corona de Francia como de la Corona de Aragón
Se les acusó de sacrilegio a la cruz, herejía, sodomía y adoración a ídolos paganos: de escupir sobre la cruz, renegar de Cristo a través de la práctica de ritos heréticos, de adorar a Baphomet y de tener contacto homosexual, entre otras cosas.
Parece ser que Esquieu acudió a Jaime II de Aragón con la historia de que un prisionero templario, con quien había compartido una celda, le había confesado los pecados de la orden. Jaime no le creyó y lo echó «con cajas destempladas...», así que Esquieu fue a Francia a probar suerte ante Guillermo de Nogaret, que no tenía más voluntad que la del rey, y que, creyera o no creyera en el mismo, no perdió la oportunidad de utilizarlo para la operación que, a la postre, llevó a disolver la orden.
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