Uno de los aspectos en los que la orden destacó de manera extremadamente rápida y sobresaliente fue a la hora de afianzar todo un sistema socioeconómico sin precedentes en la historia. La dura tarea de llevar un frente en ultramar les hizo proveerse de una increíble flota, una red de comercio fija y establecida, así como de buen número de posesiones en Europa para mantener en pie un flujo de dinero constante que permitiera subsistir al ejército defensor en Tierra Santa.
A la hora de dar donaciones, la gente lo hacía de buena gana; unos, por ganarse el cielo; otros, para quedar bien con la Orden. De este modo, la Orden recibía posesiones, bienes inmuebles, parcelas, tierras, títulos, derechos, porcentajes en bienes, e incluso pueblos y villas enteras con sus correspondientes derechos y aranceles. Muchos nobles europeos confiaron en ellos como guardianes de sus riquezas e incluso muchos templarios fueron usados como tesoreros reales. Fue el caso del reino francés, que dispuso de tesoreros templarios que tenían la obligación de personarse en las reuniones de palacio en las que se debatiera el uso del tesoro.
Para mantener un flujo constante de dinero, la Orden tenía que tener garantías de que el capital no fuera usurpado o robado en sus desplazamientos. Con este fin, estableció en Francia una serie de redes de encomiendas, repartidas prácticamente por toda la geografía francesa y que no distaban más de un día de viaje unas de otras. Así se aseguraban de que los comerciantes durmieran siempre a resguardo bajo techo y garantizar siempre la seguridad de sus caminos.
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