Famosas por su aura infantil e inocente, por sus pequeñas alas y su simpatía, lo cierto es que la imagen de las hadas que tenemos hoy difiere enormemente de la primigenia. Su origen se remonta a las mitologías griega y romana, cuando se las llamada hados –destino– y se las consideraba protectoras de la naturaleza. Eran criaturas fantásticas y mitológicas que, en ocasiones, interactuaban con los hombres. Pero también se hablaba de ellas en otras culturas.
En el norte de Europa, se las equiparaba con los duendes, los gnomos y los trasgos, todos ellos lúmenes de la naturaleza que solían aparecer alrededor de los túmulos funerarios. Eran seres del inframundo, creados en la imaginación humana para perpetuar la creencia de la vida tras la muerte y darle un sentido a esta. Con el tiempo, fueron abandonando esa relación con la parca y, durante la Edad Media, se les otorgó una imagen más benigna a través de los libros de caballería, donde se las presentaba como altas, aristócratas y de gran belleza.
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